El mundo desde mi pecera

"Dicen que la memoria de algunos peces apenas supera unos pocos segundos. Tiene gracia si vives en una pecera: a cada vuelta, puedes descubrir y descubrir, una y otra vez, el mismo castillo sumergido. También tiene su inconveniente siniestro. La memoria del pez es tan corta que, a cada rato, debe acordarse de respirar. Toda su vida se resume en una infinita sensación de ahogo."

miércoles, 7 de enero de 2015

Bailamos?



    Según la antropóloga Ángeles Arrien, si una persona consultara a un chamán quejándose de sentirse desalentada, desanimada o deprimida, el chamán le haría las siguientes preguntas: "¿Cuándo ha dejado usted de bailar? ¿Cuándo ha dejado usted de cantar? ¿Cuándo ha dejado usted de sentirse fascinado por un cuento? ¿Cuándo ha dejado usted de encontrar consuelo en el dulce territorio del silencio?"
    La civilización nos ha traído muchos beneficios y comodidades, pero también nos ha alejado del contacto con lo más profundo de nuestra propia alma, nos ha separado de ese ser primitivo y salvaje que todos llevamos dentro. Esa parte nuestra capaz de vivir en el absoluto presente, capaz de conectarse con la naturaleza de las cosas, capaz de dejarse llevar por la corriente de la vida sin demasiadas explicaciones ni interpretaciones mentales. Cuando hablo de lo "primitivo y lo salvaje", no me estoy refiriendo al caos ni al descontrol, sino todo lo contrario, a lo más puro de nuestra esencia como seres humanos, a lo no contaminado por los juicios y temores de nuestra mente: a ese centro desde el cual podemos danzar confiados sin caer.
    A veces vamos por la calle absortos en pensamientos y preocupaciones y de repente escuchamos el canto de un pájaro, la risa de un niño, una música que alguien está tocando, y entonces algo se nos mueve adentro, un impulso dormido de conectarnos con ese "algo más" que nos ofrece la vida, y surge el deseo de dejar atrás la mente, entregándonos al momento como si este fuera lo más importante para nosotros (y tal vez lo sea...).
    En la consulta homeopática observo tantas veces niños aburridos, que solo desean comer golosinas y ver televisión, padres ocupados las 24 horas del día, madres tristes, familias sin alegría. Y más allá del remedio homeopático que pueda ayudar a equilibrar la energía de cada paciente, siento enorme necesidad de "abrir una ventana" con otra perspectiva. Bailar, cantar, jugar, contar historias; son actividades capaces de recuperar la alegría y crear armonía en cualquier grupo humano. También es hermoso recuperar los espacios de silencio, apagar la televisión y la radio, dejar de llenar el vacío con el ruido exterior para poder escucharnos y escuchar a los otros.
    Hoy quiero darle un lugar especial a la danza. En homeopatía existe un síntoma en nuestros Repertorios que se llama "Bailar". Siempre me pregunté porqué bailar tendría que ser un síntoma patológico en ningún caso, salvo que sea compulsivo y que le haga daño al que lo padece. Por el contrario, la danza es uno de los muchos recursos terapéuticos fácilmente accesibles que tenemos a nuestra disposición en forma totalmente gratuita. Y los niños criados en un ambiente de libertad y respeto, bailan espontáneamente en la gran mayoría de los casos, expresando así su alegría de estar vivos. De manera que el síntoma "Bailar" pocas veces lo tengo en cuenta.
Podemos bailar con cualquier música que nos agrade, no hace falta conocer ninguna técnica. Podemos bailar solos o en compañía, en nuestra casa, en medio del campo o en un salón de baile. Hasta podemos seguir el ritmo de la música sentados o en un auto, ya que no es imprescindible mover todo el cuerpo para sentir el efecto de la danza.
    No importa dónde ni cómo ni cuándo, el hecho de permitir que la música inunde cada una de nuestras células, que haga vibrar todas nuestras fibras, que nos lleve a movernos sin esfuerzo dentro de las posibilidades de cada uno, es suficiente para experimentar un bienestar instantáneo en todo nuestro Ser.
    Cuando danzamos, la mente descansa, no hay lugar para el pensamiento cuando estamos sumergidos en el placer sensorial del movimiento. El corazón olvida sus penas, las tristezas se disuelven como por encanto. En la danza está presente el Cuerpo junto con el Alma y ambos se mueven al unísono en perfecta comunión.
    Y los niños son los que mejor saben esto: no dudan en ponerse a bailar con cualquier estímulo, en cualquier lugar, es por eso que es tan importante tratar de no cercenar este impulso tan vital de expresarse. El rostro de una persona completamente entregada al ritmo de una música nos habla de una alegría profunda, de una experiencia absolutamente vital. Muchos padres de adolescentes sufren cuando los hijos empiezan a salir de noche para ir a bailar. Más allá de que los lugares disponibles tal vez no sean ideales (cerrados, con humo de cigarrillo, consumo de bebidas alcohólicas, etcétera), en realidad es una actividad muy saludable y la mayoría de los chicos la disfruta y encuentra un equilibrio en esta especie de ritual de seguir el ritmo junto con sus pares.
    En estos tiempos difíciles que estamos viviendo, también podemos aprender a danzar con la vida, a dejarnos llevar por la música de los acontecimientos sin oponer resistencia, aunque participando en forma consciente de su dirección y sentido, tratando de interpretar y comprender el significado de lo que nos está ocurriendo, aprovechando cada giro, cada cambio de compás, cada modificación del ritmo de cada día, para poder bailar nuestras experiencias amorosa y armoniosamente. De esta manera podemos transformarnos en mejores seres humanos y tener mas chances de disfrutar de nuestra vida.

Dra. Liliana Szabó 











1 comentario:

  1. Bello artículo, y muy cierto, después de atravesar un gran dolor o una gran pérdida uno pierde la capacidad de bailar y cantar..cuando volvemos a hacerlo empezamos a trayectar un proceso de sanación.

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