El mundo desde mi pecera

"Dicen que la memoria de algunos peces apenas supera unos pocos segundos. Tiene gracia si vives en una pecera: a cada vuelta, puedes descubrir y descubrir, una y otra vez, el mismo castillo sumergido. También tiene su inconveniente siniestro. La memoria del pez es tan corta que, a cada rato, debe acordarse de respirar. Toda su vida se resume en una infinita sensación de ahogo."

martes, 21 de junio de 2016


He dejado de fumar y
                                                                       he dejado de buscarte.
Mis pulmones están mas sanos
                       y tambien vacíos
                                                                        igual que yo...

domingo, 19 de junio de 2016

Extracción de la piedra de la locura




Elles, les ámes (...), sont malades et elles souffrent et nul ne leur
porte-reméde; elles sont blessées et brisées et nul ne les panse.
RUYSBROECK

La luz mala se ha avecinado y nada es cierto. Y si pienso en todo lo que leí acerca del espíritu... Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de tumbas. El silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del sueño.

Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.

Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por quién? ¿quién te ha ungido? ¿quién te ha consagrado? El invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra a ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.

De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque. Parecía el Eclesiastés: busqué en todas mis memorias y nada, nada debajo de la aurora de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y exorcizar. A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué ha de ser de mí si nada rima con nada."
(Fragmento)


Alejandra Pizarnik.




                                                                                                                                           
   - Autógrafo De Pizarnik 1970.

sábado, 18 de junio de 2016

Los amorosos




Los amorosos callan. 
El amor es el silencio más fino, 
el más tembloroso, el más insoportable. 
Los amorosos buscan, 
los amorosos son los que abandonan, 
son los que cambian, los que olvidan. 

Su corazón les dice que nunca han de encontrar, 
no encuentran, buscan. 
Los amorosos andan como locos 
porque están solos, solos, solos, 
entregándose, dándose a cada rato, 
llorando porque no salvan al amor. 

Les preocupa el amor. Los amorosos 
viven al día, no pueden hacer más, no saben. 
Siempre se están yendo, 
siempre, hacia alguna parte. 
Esperan, 
no esperan nada, pero esperan. 

Saben que nunca han de encontrar. 
El amor es la prórroga perpetua, 
siempre el paso siguiente, el otro, el otro. 
Los amorosos son los insaciables, 
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. 
Los amorosos son la hidra del cuento. 

Tienen serpientes en lugar de brazos. 
Las venas del cuello se les hinchan 
también como serpientes para asfixiarlos. 
Los amorosos no pueden dormir 
porque si se duermen se los comen los gusanos. 
En la oscuridad abren los ojos 
y les cae en ellos el espanto. 
Encuentran alacranes bajo la sábana 
y su cama flota como sobre un lago. 

Los amorosos son locos, sólo locos, 
sin Dios y sin diablo. 
Los amorosos salen de sus cuevas 
temblorosos, hambrientos, 
a cazar fantasmas. 
Se ríen de las gentes que lo saben todo, 
de las que aman a perpetuidad, verídicamente, 
de las que creen en el amor 
como una lámpara de inagotable aceite. 

Los amorosos juegan a coger el agua, 
a tatuar el humo, a no irse. 
Juegan el largo, el triste juego del amor. 
Nadie ha de resignarse. 
Dicen que nadie ha de resignarse. 
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. 
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, 
la muerte les fermenta detrás de los ojos, 
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada 
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. 

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, 
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, 
complacidas, 
a arroyos de agua tierna y a cocinas. 
Los amorosos se ponen a cantar entre labios 
una canción no aprendida, 
y se van llorando, llorando, 
la hermosa vida.






Jaime Sabines

















domingo, 12 de junio de 2016

Hay que compadecerlos...

No saben.
¡Perdonadlos!
No saben lo que han hecho,
lo que hacen,
por qué matan,
por qué hieren las piedras,
masacran los paisajes…
No saben.
No lo saben…
No saben por qué mueren…

Se nutren,
se han nutrido
de hediondas imposturas,
de cancerosos miasmas,
de vocablos sin pulpa,
sin carozo,
sin jugo,
de negras reses de humo,
de canciones en pasta,
de pasionales sombras con voces de ventrílocuo.


Viven
entre lo fétido,
una inquietud de orzuelo,
de vejiga pletórica,
de urticaria florida que cultiva el ayuno,
el sudor estancado,
la iniquidad encinta.


No creen.
No creen en nada
más que en el moco hervido,
en el ideal,
chirriante,
de las aplanadoras,
en las agrias arcadas
que atormentan el éter,
en todas las mentiras
que engendran las matrices de plomo derretido,
el papel  embobado
y en bonina.

Son blandos,
son de sebo,
de corrompido sebo triturado
por engranajes sádicos,
por ruidos asesinos,
por cuanto escupitajo se esconde en el anónimo,
para hundirles sus uñas de raíces cuadradas
y dotarlos de un alma de trapo de cocina.

Solo piensan en cifras,
en fórmulas,
en pesos,
en sacarle provecho hasta a sus excrementos.
Escupen las veredas,
escupen los tranvías,
para eludir las horas
y demostrar que existen.

No pueden rebelarse.
Los empuja la inercia,
el terror,
el engaño,
las plumas sobornadas,
los consorcios sin sexo que ha parido la usura
y que nunca se sacian de fabricar cadáveres.

Se niegan al coloquio del agua con las piedras.
Ignoran el misterio del gusano,
del aire.
Ven las nubes,
la arena,
y no caen de rodillas.
No quedan deslumbrados por vivir entre venas.
Sólo buscan la dicha en las suelas de goma.
Si se acercan a un árbol no es más que para mearlo.

Son capaces de todo con tal de no escucharse,
con tal de no estar solos.

¿Cómo
cómo sabrían
lo que han hecho,
lo que hacen?

¿Algo tiene de extraño
que deserten del asco,
de la hiel,
del cansancio?

Solo puede esperarse
que defienden el plomo,
que mueran por el guano,
que cumplan la proeza
de arrasar lo que encuentren y exterminarlo todo,
para que el hambre extienda sus tapices de esparto
y desate su bolsa ahíta de calambres.

Son ferozmente crueles.
Son ferozmente estúpidos…
Pero son inocentes.

¡Hay que compadecerlos!

    - Oliverio Girondo









miércoles, 8 de junio de 2016

Consejos para combatir el insomnio


Mire doctor, yo tenía el problema del insomnio. No me podía dormir, no me podía dormir y no me podía dormir!. Y el insomnio empezó a producirme problemas en la cabeza. Crisis de identidad. Yo no sabía quién era, por no dormir.
Las noches pasaban, amanecía y yo desesperado no sabía quién era. Le preguntaba a la gente: “¿Quién soy? ¿quién soy?” Pero la gente me miraba raro.
Y así deambulé sin saber quién era hasta que superé el problema. ¿Sabe cómo? Dejó de importarme quién era yo.
Porque después me dije: ¿Qué sentido tiene decir “yo, soy yo, que arrastro una historia”. Después de todo somos únicamente el presente; este ápice vertiginosos que es el presente, este ápice vertiginosos del tiempo. ¿Qué sentido tiene ir arrastrando el pasado como prueba de quién somos?
me dije. Entonces comenzó a no me importarme nada.
-¿Cómo se llama? -me preguntaban.
-Nada.
-¿Quién sos?
-Éste -respondía.
-¿Quién sos?
-Yo!! -contestaba.
-¿Quién fuiste ayer?
-No sé.
Y fui tan feliz!!. Me quisieron como nunca. ¿Y sabe por qué? Porque no hacía proyectos, no contaba anécdotas; solamente me deslizaba por el presente como un equilibrista, huyendo del pasado a pasitos cortos, pero sin correr mucho para no atropellarme el futuro. Con esa prudencia que tiene el que vive el presente, para no llevarse colgado el pasado y para no atropellar lo que viene. Y fui feliz.
Pero un día me quedé dormido. Sí, dormí bien. Estaba tan tranquilo y tan feliz que, desaparecidas las preocupaciones, sin saber quién era, dormí bien. Y con el buen dormir vino el recuerdo. Y con el recuerdo ya fui alguien; y ahí se arruinó todo. Esta felicidad irresponsable de no ser nadie; este arrastrarse por el alambre del presente terminó por uno o dos buenos “apolillos”.
Y entonces me acordé. Y entonces supe que algunas cosas las había perdido. Supe que algunas cosas no me ocurrirían nunca más. No solo me acordé sino que empecé a hacer proyectos. Y a preocuparme. Y a temerle al futuro porque adivinaba que allí había amenazas. Y ya no fui feliz.
-¿Y esto le trajo alguna consecuencia? - consultó mi psicoanalista.
-Si, el insomnio doctor.

 - Alejandro Dolina