No hay palabras. Solo un silencio ensordecedor. Un viento helado que recorre el cuerpo y enmudece el alma. No hay palabras, solo llanto, y unas ganas inmensas de gritar hasta que la voz estalle. No hay palabras, hay tristeza infinita y un vacío en el alma. Y preguntas, preguntas que retumban en la cabeza en cada momento y nunca hay una respuesta.Supongo que el silencio siempre fue tu aliado.
Quizás así se forjó nuestra amistad, entendiendo nuestros silencios, descifrándolos, haciéndolos nuestro lenguaje propio y particular. Bastaba una mirada, o quizás a la distancia un mismo pensamiento.
Y es que desde el primer día, hace ya 30 años, te convertiste en mi hermana.Y como toda hermana eras una molestia. ¿Tanto te costaba entender que si yo hacía una línea divisoria en el banco de la escuela no tenías que cruzarla? Y esa manía de masticar chicle haciendo ruido sólo para fastidiarme mientras me mirabas y te reías. Y nunca pero nunca me devolvías lo que te prestaba, eras el mismísimo triángulo de las bermudas. Y esa maldita costumbre de acordarte de todo y de todos, ¿cómo hacías? Y esa risa constante, contagiosa y hasta a veces desubicada. Y esos veranos que en vez de ir a la playa veraneábamos en la biblioteca pública, seguro que iba por tu culpa porque siempre fuiste una mala influencia para mí (ñoña, me decías, ñoña serás vos, respondía) Y esa ropa y esos aros tan típicos tuyos. Y esa fuerza y esa garra y esa lucha constante por ser feliz.
Eras una molestia hermana, una molestia luchadora, loca, divertida, resiliente, especial, un torbellino que a su paso siempre dejaba huellas. Es por eso que no logro entender por qué, por qué decidiste irte, por qué no logré sostenerte a tiempo.
No, no hay palabras. Porque entre vos y yo hermana, el silencio era nuestra forma de comunicarnos. Así que no voy a escribir acá lo que seguramente ya has leído en mi mente.¿Acaso no decías siempre que yo era tu espejo?
Ya borré la línea del banco amiga, podés cruzarla.