El mundo desde mi pecera

"Dicen que la memoria de algunos peces apenas supera unos pocos segundos. Tiene gracia si vives en una pecera: a cada vuelta, puedes descubrir y descubrir, una y otra vez, el mismo castillo sumergido. También tiene su inconveniente siniestro. La memoria del pez es tan corta que, a cada rato, debe acordarse de respirar. Toda su vida se resume en una infinita sensación de ahogo."

viernes, 19 de febrero de 2016

Vaya uno a saber

Amiga
la calle del sol tempranero
se transforma de pronto
en atajo bordeado de muros vegetales
el rascacielos de la visión despiadada
de un acantilado de poder
los colectivos pasan raudos
como benignos rinocerontes
y en un remoto bastidor de cielo
las nubes son sencillamente nubes
la muchacha cargada de paquetes
es una hormiga demasiado obvia
y en consecuencia la descarto
pero el lisiado de noble rostro
ése sí avanza como un cangrejo
la monjita joven de mejillas ardientes
crece como un hongo sin permiso
el hollín va siendo lentamente rocío
y el olor a petróleo se convierte en jazmín
y todo eso por qué
sencillamente porque
en la primera línea
pensé en vos
amiga.

Mario Benedetti

viernes, 5 de febrero de 2016

Bajo el sauce llorón


Recuerdos de mi niñez

La casa del campo

    Recuerdo sus manos, es lo primero que viene a mi mente, arrugadas, tibias, protectoras. Un saco tejido de lana que siempre usaba, en especial por la mañana. Su aroma, no su perfume, sino su olor particular, ese que tenía ella y nadie más. Su pelo color cano, siempre tan bien peinado. su forma de andar por la casa, (con el matamoscas en la mano, infaltable), siempre a las corridas, todo era apurado, la limpieza, la comida, todo.
    Recuerdo su voz, traerme las botitas para la lluvia y así poder salir a pisar la escarcha ni bien me levantaba. Odiaba sus berenjenas que siempre hacía alegando que a mi abuelo le gustaban, pero por su rostro sospecho que él, en el fondo, estaba deseando comer cualquier otra cosa. Amaba sus fideos caseros, de esos que sólo los cocinaba ella, mi abuela,y que no se han comparado nunca jamás con otros que haya comido.
    Despertarme, ponerme las botitas y correr hacia afuera sin que me importaran ni el viento, ni el frio, ni la lluvia, sólo para ir a buscar el primer huevo recién puesto por una de sus gallinas, tomarlo delicadamente entre mis manos, sentir su tibieza, olerlo, amar ese olor, parece asqueroso viéndolo ahora como "persona adulta" pero me parecía maravilloso con mi visión de niña; se lo llevaba como quien estuviera entregando un tesoro y me lo recibía como si hubiera ido a una gran expedición. Acompañarla a hacer los mandados (aún recuerdo el camino de memoria, las calles de tierra, las casas lejanas, el olor a eucaliptos) con la promesa de no recolectar las moras que crecían en el camino y volver con las manos y la ropa completamente manchadas por el jugo de las moras..
Todos mis recuerdos están ahí, y son muchos.
    Ir por el camino hacia la casa en el auto y verlos, siempre, salir a recibirnos juntos. Entrar y automáticamente abrir la lata de galletitas caseras que ella dejaba junto a la puerta, recién hechas.
Llevarme, todos los veranos, a ver su flor preferida, era sólo una entre tantas que crecían en su inmenso jardín, que crecía todos los años mitad de un color y mitad de otro y a ella le encantaba.
Y cómo no recordar esas noches, cuando armábamos campamento en el comedor, y mientras ella hacía las camas, con mi abuelo bailábamos Tango, y siempre pasábamos junto a ella y con un movimiento de caderas simultáneos la empujábamos sobre el colchón, rezongaba siempre, todas las veces, pero no podía dejar de sonreír, y ahí mi abuelo la ayudaba a levantarse y comenzaban ellos a bailar, yo los miraba con amor, con ternura, con felicidad.
 
   Bajo el sauce llorón más grande de la casa hice mi pequeño refugio, mi casita en el árbol donde llevaba todos mis tesoros, y vos venías de visita después de la siesta y te sentabas conmigo un ratito, un ratito infinito que hace que tenga la certeza de que allí volveré a encontrarte.